Envidia y resignación

Envidia y resignación - nathy forte
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La dama cabalga hacia el amanecer que aún es galicinio. Mientras los gigantes de piedra la cubren, corta el susurro tranquilo de lo que queda de  penumbra con su marcha rápida. Trae el pelo suelto y algo revuelto, y cabalga como si huyera, como si un aliento la persiguiera… Bajo la línea del horizonte se vislumbra la gran torre del palacio, símbolo de la nobleza que ostenta su sangre. En el interior, sus paredones húmedos revisten la caminata ansiosa de su esposo: había ido buscarla esa noche pero halló, una vez más, el cuarto vacío.

Es consciente de que su mujer cabalgó llena de anhelo hacia los brazos de su amante.  Imagina mil castigos para ella pero es tarde: la infidelidad ya ha sido consumada. Desde un principio supo que su discreción no es más que una máscara social que recubre su corazón rebelde. Y él, muy a su pesar, ama esa parte suya, porque su esposa no sería quien es si no lo desafiara; no sentiría además el placer que siente al poseerla si no comprendiera que es su derecho y que esa es la única razón por la que consigue doblegarla e invadir sus sábanas.

Ella le entrega a otro hombre todo lo que le niega a él: su ser, su tiempo, su alma. Noche tras noche se consume en la envidia sin poder evitarlo.

Solo él posee sus sonrisas sinceras; a él le dedica muecas vacías.

Solo él obtiene su mirada enamorada; a él lo observa con ojos de muñeca, desprovistos de vida.

Solo él disfruta las caricias de esa mano tan suave, blanca a la manera de las perlas; él con suerte consigue un roce frío, sin sentimientos, al ofrecerle el brazo.

Solo él ve la forma en la que se desnuda; a él le toca quitarle la ropa sin su consentimiento.

Solo con él gime de placer; a él le aparta el rostro mientras espera a que acabe.

Solo él siente su respirar agitado, el sabor de su piel con sudor o de sus besos apasionados; él ve como su espalda se aleja al ir a lavarse, deseosa de quitarse de encima la marca de su afecto...

***

La puerta se abre y los esposos se enfrentan. No son necesarias las palabras, la dama sabe que la estaban esperando y en sus ojos relampaguea la verdad: Si, nuevamente ha pasado y no puedes evitarlo. El hombre estira la mano y ella endurece el rostro para recibir, una vez más, la bofetada; pero el marido lo piensa mejor y la baja: encontró un castigo más apropiado, él no sería el único sufriendo allí.

—Por más que me aborrezcas, yo soy tu esposo, y eso solo cambiará con mi muerte o con la tuya. Por más que lo ames, él no es más que tu amante. Es conmigo con quien debes mostrarte, son mis armas las que debes lucir. A él, solamente lo puedes ver en las noches, oculta en la oscuridad. No eres nadie para reclamarle si posee a otra mujer, si engendra algún hijo...

Su silencio e indiferencia comienza a ponerlo nervioso. Aprieta los dientes. La rompería igual que a una bella muñeca, del mismo modo que su corazón fue rompiéndose a lo largo de los años:

—Míralo: él es libre de amarte, sí, pero también de casarse y olvidarte…mientras que tú eres mi prisionera y jamás podrás deshacer eso. Créeme, los hombres nos cansamos de estar siempre escondidos. ¿Qué te quedará cuando él te olvide? Sabrás entonces lo que significa esperar una mirada que jamás llegará, ahogarte en tu propio anhelo todos los días, mientras ves a la persona que amas entregarle su corazón a alguien más.

Los ojos de su dama estudian cada palabra dicha. Rompe el silencio para dejar salir esa voz tranquila de cortesana que siempre enviaba su sentido común al rincón más alejado de su mente.

—Lo sé. Lo supe desde aquel día en que le insististe a mi padre casarte conmigo. Supe que te convertirías en el verdugo de mi felicidad cuando le prometiste que cuidarías de mí. Supe que entregaría a la hija que educó y amó, pero que ya no podía seguir protegiendo más de los cuervos que rondaban. Yo era casi una niña y soñaba con un romance… ¿Creíste que estimaría que me arrancaras de sus brazos y, sin siquiera cortejarme, me metieras en tu lecho como a una furcia? ¿En serio pensaste que una vez atada a tu lado me resignaría y comenzaría a amarte?

Sí, él se cansará de amarme, encontrará a otra mujer y partirá lejos, pues a diferencia tuya no soportará romperme el corazón. Sé que seré infeliz cuando eso suceda; y sé también, esposo, que será por tu culpa.

Sin bajar su mirada, le despliega una burlona reverencia y sale. Dejándolo en esa habitación, solo.

Afuera, el galicinio ya había tornado en amanecer.

Lorenzo Di Franchesca
Lorenzo Di Franchesca

Vivo mil vidas, encarno en mil historias, recorro mil mundos porque leo y porque escribo.

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