Ven a mi casa,
la pintaré del color que quieras.
Sólo déjame ver tus ojos,
me cuesta decidir por donde empezar.
Ven a mi casa,
donde libros cuelgan de las paredes,
mil notas musicales atravesarán tu cuerpo
y no sentirás dolor.
Comeremos y beberemos lo que no hay
como cerdos en la piara de Epicuro,
el alcohol de tu boca embriagará mis ojos
y el viento de tu aliento
me dará un día más de vida.
Ven a mi casa,
te espero en el balcón,
no entres por la puerta como aquella vez:
ven volando,
tu piel rebosa de sudor y mil sales del mar
cuando te animas a hacerlo.
Quítate los zapatos cuando entres,
para que la sombra de mis gatos
atraviesen tus pies,
y te roben una sonrisa antes de dormir
y el café sepa mas dulce cuando me anime a despertarte.
Dejemos que el odioso ego se arrastre entre los muebles
e infinidad de serpientes de plumas rosadas
nos sirvan de lecho.
Después de todo, mi cama cuelga del techo
y es imposible alcanzarla sin llorar.
No te asustes de mis caras por la noche,
te lo advierto:
una sombra lánguida te acariciará el pelo a las 3 de la mañana.
No soy yo,
sino quien quisiera ser
cuando olvide ser
lo que nunca fui.
Ven a mi casa,
quizá te coma las tripas,
o deje que me ames como nunca lo hice,
y recoja flores de tu pelo
y un relámpago fluorescente
tizne nuestros cuerpos de luz cuando el sol se apague.
Abrázame fuerte y dulce,
con el odio infinito de los que aman hasta desbordar,
que pronto las llamas devorarán todo
y aún no sé qué amuleto tejer
o qué oración pronunciar.
¡Mira el sol!
Es rojo y verde,
como la sangre de aquel caballo que me contaste.
Bésame la frente y desaparece en mis sueños
que presto mi pesado traje debo llevar.
Spleen del mas enfermo.