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Abr 2023-Emanuel Bibini

El hilo plateado de la muerte
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Luego, parece que fuimos trasladados en el tiempo y el espacio (a ellos esta facultad se les daba con facilidad). Llegamos hasta donde vivía Abram, quien luego se llamó Abraham; le agregó el eterno Dios una letra a su nombre, a saber, la letra ä (hei). Luego de esto, observé cómo Abraham miraba las estrellas, y le fue dicho que, si podía contarlas, también podría contar su descendencia. Como es imposible contar las estrellas, también lo es hacerlo con la descendencia del primer hebreo, al que se llamó así por su cualidad. Su nombre sería Abraham haivrí, “Abraham el hebreo”, porque él cruzó de lo que antes era Babilonia, y la palabra ivrí (“hebreo”) está emparentada con el verbo laabór (“cruzar”). Más allá de todo esto que explico al lector, debo decir que las estrellas en aquella época no se veían como hoy, pues la contaminación no existía. El vastísimo número de las estrellas que incluso hoy pueden verse, más lo era en aquel tiempo. Cabe decir que todos los árabes, además de los judíos, descienden de Abraham. Por lo tanto, la promesa se cumplió.  

Después, fui llevado a otro tiempo, mientras rabí Shimón y Moshé observaban: David le cortaba la cabeza al gigante filisteo Goliat. Aquello fue un gran espectáculo. No creo que la muerte de Héctor en manos de Aquiles haya sido tan asombrosa como eso. Ese Goliat medía unos tres metros, y David, que luego fue rey de Israel, en ese momento solo era un joven pastor. Pero, una vez más, esto demostraba que nunca hay que darse por vencido. Rendirse es dejarle el camino muy fácil al enemigo que viene a destruirnos. David, a pesar de ser joven y no tener experiencia en la guerra, demostró coraje y fe en su Dios. Inevitablemente, este suceso me recuerda a la frase de Sun Tzu: “En el terreno mortal, demuestra que solo muerto te derrotarán”. Y se podría decir que eso mismo había experimentado yo momentos antes. 

Después fui trasladado hacia eventos sobre los que anteriormente había leído, y ahora los veía yo mismo. Mi alma los veía. Aunque anacronismos se sucedían, pues los tiempos no seguían una correlatividad, la cual aplica solo en el mundo de los mortales (es decir, en el plano físico). Y, una vez muerto, yo ya estaba libre de ese mundo. 

Luego, estos dos hombres sacaron un rollo de la Torá, y no sé qué parte leían, pero de cada letra interpretaban. Decían que en cada letra había un nuevo mundo y, en cada libro, un nuevo universo, los cuales son cinco. A esos cinco universos emanados de cada uno de los libros del Pentateuco (a saber: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, y Deuteronomio) los sucedían miles de millones de galaxias, cada una con miles de millones de estrellas, cada estrella con un sistema similar al nuestro. Mientras de esto hablaban los maestros, yo, aunque deseoso de preguntar, no tenía el privilegio. Los oí hablar acerca de seres de otros mundos, pero no me fue dado entender.  

Nada de esto era fácil a mi comprensión ni me esforcé demasiado en eso, dado el estado de paz absoluta en el que me encontraba. Debo advertir al lector que vería cosas muy horrendas más adelante. 

Apareció de repente un joven llamado Samuel, quien fue recibido amigablemente por los dos maestros espirituales. Él se encontraba confuso, angustiado, y parecía no entender nada, como yo. Pero él sí tenía un cuerpo —aunque fuese espiritual— con el cual moverse y en el cual andar, mientras yo solo era espectador de todo. 

—Bienvenido, Samuel —dijo rabí Shimón. 

—¿Quiénes son ustedes y dónde estoy? —respondió el joven, que nada entendía. 

—Nosotros —dijo Moshé— somos Moisés y Simón, más precisamente: Moshé, y rabí Shimón bar Iojái, dos líderes espirituales hebreos, ¿nos reconoces? 

—A ti sí, Moisés, de ti he leído —respondió Samuel—, pero no sé nada acerca de este rabí Shimón. ¿Podrían, por favor, revelarme dónde estoy? ¿Qué es esto? 

—Te lo explicaré, Samuel —le dijo rabí Shimón—, pero no creas que donde estás se puede especificar tan fácilmente. En términos reduccionistas, dime, ¿quieres saber dónde está tu cuerpo o dónde estás tú? 

—¡No entiendo nada! —respondió Samuel, más confundido que antes. 

—Oye, Samuel —dijo Moisés—, no estás en la dimensión de los mortales, sino en la de los inmortales. Mira, te explicaré algo: tu cuerpo está dormido; a decir verdad, Samuel, tu cuerpo está tan dormido que está casi muerto… 

Se alteró Samuel al oír esto y gritó a los dos: 

—¡Explíquenme esto! 

—¿Qué es, Samuel, lo último que recuerdas antes de estar aquí? 

—No logro recordar con claridad, tal vez sea porque tampoco sé dónde estoy precisamente. 

—Estabas —dijo rabí Shimón—, mejor dicho, estás en un estado de coma, y ahora tu cuerpo se debate entre la vida y la muerte. Esto te sucedió en el sur, en la ciudad de Sderot. Ustedes son los ciudadanos olvidados por el mundo, los que viven a merced de los cohetes terroristas. No lo recuerdas, por supuesto. ¿Por qué tu alma debería recordar cosas tan horrendas como las que allí sucedieron hace instantes? 

—Quiero que me lo cuenten todo —dijo Samuel. —Muy bien —intervino Moisés—, pero no habrá de gustarte lo que sabrás. Estabas tú en tu casa, toda tu familia estaba allí. En tu patio trasero explotó un cohete que mató a toda tu familia, tú resultaste ileso. Pero, cuando saliste hacia la calle, Sderot había sido tomada por Hamás, y no dudaron en dispararte. Pudieron atenderte y te encuentras en coma, como te decía, debatiéndote entre la vida y la muerte, y estás más cerca de abandonar el cuerpo que de regresar a él, por eso estás aquí. Mas tú serás quien decida al fin. 

—¡No puede ser, no puede ser! Esto debe ser una pesadilla, tiene que serlo… ¡Que alguien me despierte! —exclamó Samuel. 

Emanuel Bibini
Emanuel Bibini

Soy de Alberti, nacido —el 27 de enero de 1994—y criado, Provincia de Buenos Aires, Bachiller en Arte por la escuela Secundaria 3 "Movimiento arte concreto invención". Publiqué 5 libros: (Escritos de noche, reflexiones y poemas de un obsesivo), (Relatos Apocalípticos, 30 historias trágicas), (El hilo plateado de la muerte), (Tristísima comedia), y (21 de septiembre, el pueblo de los tiranos).

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