V

Mzo 2023-Emanuel Bibini

El hilo plateado de la muerte
Compartir en

Caminando encontré a un joven árabe que se asustó al verme; lo saludé y le dije —en inglés— que no iba a hacerle daño, que me indicase cómo llegar al Muro. Me lo indicó y luego salió corriendo, como si hubiera visto al demonio mismo. ¡Quién sabe qué imagen proyectaba mi rostro ensangrentado y lleno de ira!  

Antes de llegar al Kotel (así se llama el Muro de los Lamentos en hebreo), pude observar que miembros de Hamás estaban decapitando gente, judíos ultraortodoxos. Los terroristas querían obligarlos a negar su fe, cosa que era imposible. Por eso los decapitaban a todos, porque ninguno de los que allí estaba negó su fe en el dios de Israel. Hay solamente tres motivos, en la ley judía, por los cuales pueden entregar la vida: si son obligados a cometer incesto, si son obligados a cometer idolatría —tal era el caso—, o si son obligados a asesinar. Estas cosas que estaba viendo me perturbaban porque, con una pistola y unas pocas balas que me quedaban, estaba condenado a morir ahí si intentaba hacer algo. Pero, cuando los hubieron decapitado a todos, oí un sonido extraño que venía del cielo. Era un dron de la Fuerza Aérea Israelí. Apenas percibí que se trataba de eso, aunque yo estaba a unos cien metros del Muro, me tiré al suelo, pues sabía que ese dron no venía para firmar la paz con Hamás. En un momento, todo estalló. No quedó ni un terrorista vivo. No quedó nadie vivo. Y vi, muy a mi pesar, que la sinagoga que estaba a la izquierda del Muro fue despedazada por el ataque. Luego, varios aviones de la Fuerza Aérea sobrevolaron el Monte del Templo sin disparar ninguna carga. La escena era terrorífica en extremo. 

Momentos después de todo esto, me puse de pie y no podía creer lo que veía, la bandera de Irán estaba colocada sobre la cúpula de la roca. Y, debajo de la cúpula dorada, varios hombres armados custodiaban el lugar. ¡Era Irán! Yo no podía entrar en razón, no podía creer lo que estaba pasando; entre las cosas que no podía creer, la principal era cómo yo aún no estaba muerto. Luego, sucedió algo que muchas veces imaginé, pero que no creía que fuera a verlo, ni siquiera en la televisión, mucho menos estar presente. Si no vi mal, los que sobrevolaban aquel cielo eran cinco aviones. Los caza F-42 parecen provocar una tormenta cuando vuelan, ¡imagínense lo que provocan cuando bombardean! En un momento, alguien me gritó que me arrojase al suelo. Cuando miré a mi derecha, vi que era un soldado que yo había conocido en un viaje anterior en un ómnibus, un joven de la fuerza aérea que incluso me había regalado una insignia. Creo que él no me reconoció —y en semejante tumulto era normal que no me reconociera—. Se acercó y ambos nos arrojamos al suelo. La Fuerza Aérea hizo pedazos todo lo musulmán que había en el Monte del Templo. Todo. Ahora, Jordania se unía a la guerra contra Israel, que hasta ese momento —antes de que todo fuera tomado por fuerzas iraníes que no sé cómo llegaron— dominaba los lugares sagrados del islam en la ciudad vieja. Oí por las radios de los soldados que Jordania desplegaba tropas. También oí que Egipto se aprestaba para la guerra. Soldados de Hezbolá —libaneses, sirios e iraníes— atacaban el norte. Las comunidades agrícolas lindantes con Líbano y Siria estaban siendo masacradas… Todo esto pude oír por las radios de los soldados. ¡Otra vez Israel contra todos! Pero ¿qué pasaría esta vez? 

Un árabe de Jerusalén que me vio, me metió rápidamente en su casa para salvaguardarme y me contó lo que estaba pasando, más allá de lo que se presenciaba en el centro del conflicto. 

Los musulmanes de todo el mundo se sublevaron al ver destruidos sus lugares santos en la ciudad vieja de Jerusalén, aunque vale aclarar que, cuando rezan mirando a la Meca, que es su ciudad más sagrada, si es necesario, le dan la espalda a Jerusalén. Comenzaron a suceder atentados en todo el mundo, no solo contra judíos, contra todos. Contra todos. Los soldados estaban al tanto de todo. Está bien, el lugar no era seguro, pero ¿qué parte del mundo lo es? Desde la casa de ese árabe cuyo nombre, si no recuerdo mal, era Massir, contemplábamos las noticias internacionales. 

En el ataque aéreo, los soldados también destrozaron el muro, lo que hizo que manifestantes judíos salieran a las calles, a los que les salieron al encuentro árabes dispuestos a matarlos a piedrazos y cuchillazos; esos enfrentamientos sucedían mientras el ejército intentaba pelear, ya no con un grupo, sino contra varios grupos terroristas y países que declaraban la guerra no avisando, sino atacando.  

Los jordanos fueron vencidos fácilmente por la infantería. Digo fácilmente porque no alcanzaron prácticamente a penetrar en territorio israelí, a excepción de algunos (pero los que lograron entrar fueron rápidamente neutralizados —muertos— ). Luego, la Fuerza Aérea Israelí lanzó un ataque que provocó varias muertes más, por lo que Jordania rápidamente se retiró del conflicto, la monarquía tembló. 

Egipto, al ver lo que había pasado con Jordania, recordó dos guerras —en las que no le fue muy bien—, la de los Seis Días y la de Yom Kipur. Creo que eso mantuvo a los egipcios al margen, aunque se morían de ganas de invadir Jerusalén. En el norte, los civiles tomaron las armas para defender a sus familias e impedir la avanzada terrorista que estaba causando estragos, y muchos perdieron valientemente la vida. Luego, la Fuerza Aérea hizo lo suyo. Después, en la televisión de la casa del árabe que me había protegido, vimos algo que era increíble: la Fuerza Aérea Israelí estaba atacando las bases militares de Irán y también los puestos en los que estaban sus reactores nucleares. Además del golpe militar que significó, pues no sé cuántos muertos quedaron como saldo de los ataques (Irán no daba los números), cuántos aviones destrozados y cuántos reactores inutilizados, Teherán se quedó sin energía eléctrica. Eso provocó que la gente saliera a la calle a pedir paz, por supuesto, destrozando e incendiando la ciudad, hartos del régimen teócrata de los ayatolás. Ni Estados Unidos, ni Rusia, ni China, ni Corea del Norte intervinieron en el conflicto. Parece que dejaron que todo quedara en Medio Oriente (excepto por losatentados que se sucedían en todo el mundo como un efecto dominó). En la pantalla, parecía de película lo que se veía, los extremistas musulmanes salían de cualquier lugar como hormigas y atacaban en cualquier parte a quien fuera. Se veían imágenes de una estación de trenes en España que fue atacada a balazos por un grupo, hasta que el ejército de España los pudo matar a todos; no recuerdo cuántos muertos hubo. En Francia, volaba en pedazos el Arco del Triunfo, señal de la derrota de Francia contra el islam. ¡Si lo hubiera visto Napoleón! Los muertos se contaban de a pilas, no se podían contar. Todo era desesperación, desolación, desesperanza y desorientación. Yo me hice fuerte recordando las palabras de Virgilio: “En la desesperación está la única esperanza del vencido”, aunque no me consideraba vencido de ninguna manera. En Londres, el hermoso Puente de la Torre se derrumbó como una casa de naipes, era imposible contar los muertos. En Venecia, el agua era roja; nadie sabe de dónde salieron tantos extremistas, pero desde las ventanas de las casas disparaban hacia todas partes, llenando de sufrimiento y sangre la romántica ciudad. El papa había sido degollado y filmado, al parecer había extremistas islámicos infiltrados en las altas esferas del clero. ¡Yo no salía del asombro! El obelisco de Buenos Aires se consumió en fuego, y hombres vestidos de negro disparaban con ametralladoras a los porteños que paseaban tranquilos como cualquier día, pensando que el caos no llegaría a Argentina (una costumbre nuestra, pensar que nunca nos toca).

Emanuel Bibini
Emanuel Bibini

Soy de Alberti, nacido —el 27 de enero de 1994—y criado, Provincia de Buenos Aires, Bachiller en Arte por la escuela Secundaria 3 "Movimiento arte concreto invención". Publiqué 5 libros: (Escritos de noche, reflexiones y poemas de un obsesivo), (Relatos Apocalípticos, 30 historias trágicas), (El hilo plateado de la muerte), (Tristísima comedia), y (21 de septiembre, el pueblo de los tiranos).

Más deEl hilo plateado de la muerte

suscribite a nuestra
newsletter