II

Nov 2022-Emanuel Bibini

El hilo plateado de la muerte
Compartir en

Intenté ubicar a mis amigos que vivían por entonces en Israel —reiniciando mi teléfono celular para ver si sus números aparecían—: Iossi, Ioél, Menájem, Ariel y Muhamad, un palestino del barrio árabe de la ciudad vieja. Con ninguno pude comunicarme, a ninguno pude contactar. Era como si todos fueran fantasmas, o como si Tierra Santa de repente fuera una tierra fantasma. Una tierra desolada como supo ser en otros momentos de la historia, como cuando se vio asolada por las tropas de Nabucodonosor, rey de Babilonia, o cuando cayó sobre ella la ira de Tito, el romano. 

La mañana del sábado 31 de enero, me levanté y di una caminata por Tel Aviv, por la costa, e incluso recuerdo que mojé mis pies en el mar Mediterráneo. Parecía que allí no había nadie. Recuerdo haber visto volar unos cuervos a poca distancia de mí. Luego vi algo que jamás había visto: una bandada de gaviotas volaba cerca del lugar, y recordé entonces las palabras de Ernesto Sabato en la novela Abaddón el exterminador: “Las gaviotas iban y venían, como siempre, con la atroz indiferencia de las fuerzas naturales”, y los cuervos las atacaron y las mataron. ¿Prodigio?, así parecía. Esto me recordó al episodio bíblico en el que Ioséf (José) interpretó un sueño del faraón: siete vacas flacas se comían a siete vacas gordas. Esto significaba siete años de abundancia en Egipto a los que luego los sucederían siete años de hambre sobre la Tierra (porque Egipto era la principal potencia mundial). No pude entender el significado de los cuervos y las gaviotas. Tampoco es que me haya asustado, simplemente no le di tanta importancia en ese momento. Lo tomé como un evento más de la naturaleza. Luego sí me quedé pensando en que los cuervos no comen animales vivos… Y ¡¿cómo no pensar en los aduladores?! Si el ilustre filósofo Antístenes mencionó que es mejor ser víctima de esas aves que de aquellos hombres. 

Nada era normal en aquel viaje. Recuerdo haber caminado durante horas y estar siempre en el mismo lugar, como si en círculos caminase. Yo estoy seguro de que no eran círculos, pero siempre terminaba en el mismo sitio: al lado de una bandera azul y blanca con una estrella de David en el centro (la bandera de Israel), cerca de un muelle. Allí, al ver un cartel, recordé la historia del Altalena, aquel barco hundido en un enfrentamiento sangriento entre hermanos judíos. El cartel decía en hebreo: “Miljémet ajím leolám lo”, es decir, “Guerra entre hermanos, nunca más”. Ya había estado yo en ese sitio, ahora vacío de gente. Volví a sentir el calor de junio y el sonido de los disparos. Cerré los ojos y me tapé los oídos, pero todo pasó en un momento. Fue durante esos años turbulentos en los que se erigió el Estado, luego de la infame Segunda Guerra Mundial. Si la guerra es fea, la guerra entre hermanos es horrenda. 

Quedé tirado en la arena en un estado calamitoso. En enero hace frío en aquella zona. Al referirme a junio, hablaba de aquella época en la que transcurrió el combate que terminó con el hundimiento del mencionado barco. Todo era demasiado extraño. Todo lo era desde que partí de Roma. Roma, ciudad ilustre… Y, al recordar a una ciudad ilustre, también recordé a un varón ilustre de ella, y esto vino a que vi una gran estatua erigida junto a la playa, como de una mujer gigante, que antes no había visto… Por esto recordé a Marco Catón, pues cuando algunos se maravillaban de que hombres de poca importancia en la República tuvieran estatuas, él dijo: “Más quiero que se me pregunte por qué no tengo estatua, que por qué la tengo”. Una frase sobre la cual se puede reflexionar mucho, si se quiere. 

Luego de estar varios minutos tendido en el suelo de la playa, el sol comenzó a molestarme tanto que me fui. Recordé que tenía una reserva en un hotel, muy cerca de la ciudad vieja de Jerusalén, para el día 31, ese mismo día pero algunas horas más tarde. 

Llegué a la terminal de ómnibus de Tel Aviv y aquello era un desierto. No había ningún bus que saliera a Jerusalén. De pronto, se me acercó un hombre diciéndome: 

Leán atá noséa? (“¿Adónde viajás?”). 

Yo le respondí que viajaba hacia Jerusalén, y el hombre se ofreció a llevarme. Acepté, viendo que no había ningún ómnibus para tomar. Me dijo llamarse Moshé, y me contó que todo estaba desierto por la inminente guerra. Y, además, yo no me había percatado de que era Shabat, el día sagrado de los judíos. 

Eizó miljamá? (“¿Qué guerra?”) —le pregunté. Sorprendido de que yo no lo supiera, me habló de una inminente guerra con Irán que ponía en peligro la vida de todos los israelíes. Incluso, me dijo que, por lo que se decía, podrían estar dadas las condiciones para que se desatase la Tercera Guerra Mundial. Yo ignoraba todo esto por el sencillo hecho de que venía cruzando el océano en avión. Parecía ser que, de golpe, había estallado el conflicto que tanto tiempo se temió. Le respondí que Israel estaba preparado para eso y que no debía temer, pero su gesto fue de desaprobación, como quien señala con compasión: “No sabés lo que decís”. 

La palabra miljamá (“guerra”) resuena cual fantasma en Israel, tal como sucede con la palabra inflación en Argentina —sé que las comparaciones son odiosas, y odio hacerla—. Ya saben, fantasmas siempre presentes, a veces más materiales que abstractos. Y para hacer más odiosa y vil mi comparación, debo decir que la palabra inflación en Argentina se escucha mucho más que la palabra guerra en Israel. Por si alguno osara dudar. Y todavía puede hacerlo. La guerra parecía un hecho, como se dice en alguna página de Cien años de soledad: “La guerra, que hasta entonces no había sido más que una palabra para designar una circunstancia vaga y remota, se concretó en una realidad dramática”. 

Moshé me llevó hasta la entrada de Jerusalén y ahí me dejó. Él vivía en un kibutz (comunidad corporativa israelí) cercano a la ciudad, y no quería entrar a Jerusalén por miedo a los conflictos, ya que cuando estos estallan Jerusalén no es un lugar muy seguro. Me dijo que los palestinos estaban levantándose contra todo judío al saber que Irán lanzaba amenazas de guerra  contra Israel —pues esto los envalentonaba—, y que, como yo parecía judío, debía cuidarme mucho. Además, me aconsejó que por ningún motivo me dirigiera hacia la ciudad vieja. ¡Pero si ir a la ciudad vieja era el motivo por el que había viajado a Israel! Pienso que viajar a Israel y abstenerse de visitar Jerusalén es perderse casi todo. No porque todo esté allí —siendo Israel tan vasto—, pero allí ocurrieron cosas muy importantes, tanto que muchas de ellas han marcado grandemente el rumbo de la sociedad actual, tanto oriental como occidental. Verbigracia: la conquista de la ciudad por parte del rey David, la construcción de los dos grandes templos, la crucifixión de Cristo, y una gran cantidad de guerras, conquistas, idas y vueltas. Esos son algunos de los ejemplos más relevantes de la ciudad, pero como este relato no pretende ahondar exhaustivamente en eso, solo enumeré algunos acontecimientos. Pocas ciudades —si no es que ninguna— han pasado por tantas cosas a través de los siglos. 

Me despedí de Moshé estrechándolo en un abrazo. Luego lo vi perderse en el horizonte, sobre la carretera. Yo no iba a desistir de visitar la ciudad vieja, estuviera o no al borde de estallar un conflicto bélico de escala mundial. Podrían, y de hecho pueden, pensar que estoy completamente loco. No se los afirmo, pero tampoco se los niego. Ya estaba allí así que, si estallaba un conflicto, ¿habría cómo no estar allí? 

Se acercó a mí un palestino y me gritó algunas cosas en árabe que no entendí. En árabe apenas sé decir algunas palabras, como marahaban (“hola”) o shukran (“gracias”). Entonces le dije: —I don’t understand arabic, sorry

A lo cual me respondió: 

You will die

Emanuel Bibini
Emanuel Bibini

Soy de Alberti, nacido —el 27 de enero de 1994—y criado, Provincia de Buenos Aires, Bachiller en Arte por la escuela Secundaria 3 "Movimiento arte concreto invención". Publiqué 5 libros: (Escritos de noche, reflexiones y poemas de un obsesivo), (Relatos Apocalípticos, 30 historias trágicas), (El hilo plateado de la muerte), (Tristísima comedia), y (21 de septiembre, el pueblo de los tiranos).

Más deEl hilo plateado de la muerte

suscribite a nuestra
newsletter