VI

Mzo 2023-Emanuel Bibini

El hilo plateado de la muerte
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Cerca del Cristo Redentor, estallaron dos bombas; el ejército de Brasil no decía el número de civiles muertos. En Turquía, no se sabía quién mataba a quién; el gobierno turco mandó a ejecutar a todos los sospechosos de subversión, pues temía más un golpe de Estado que un levantamiento islámico. El Taj Mahal voló en pedazos con toda la gente que allí estaba, la cual no se puede contar. Por tanto, de todo lo visto en la TV, no se podía hacer un relevamiento de cuántos muertos había hasta el momento, en el mismo día que inició la guerra. 

No valían los ejércitos, porque el terrorismo ataca de improviso y desde adentro (cual caballo de Troya)… Parecía que todo hubiera estado planeado: poner bajo ataque a Israel para que, cuando Israel reaccionase —como lo hizo—, se sublevaran los extremistas musulmanes de todo el mundo. Yo, sinceramente, no creí que la Fuerza Aérea Israelí se atreviera a destruir no solo los lugares sagrados del islam, sino también el Muro de los Lamentos, el lugar más sagrado al que los judíos tenían acceso para rezar. Pero el lugar más sagrado de todos para los judíos acababa de recibir toneladas de explosivos: el Monte del Templo, conocido también como la Explanada de las Mezquitas. 

El árabe que me recibió en su casa y me puso a salvo hablaba perfectamente hebreo, así nos comunicamos. Tuvo que calmar a su mujer y explicarle lo que yo le expliqué a él, que no era israelí, que era argentino, turista y no soldado. Lo cual parecía poco creíble por aparecer en su casa armado y con un chaleco antibalas de las FDI, pero, al final, me terminó creyendo y, con esa amabilidad que tienen las mujeres árabes, me ofreció el mejor café del mundo: el árabe. Disculpen que me detenga en esto, pero que eso quede claro: no hay guerra que impida disfrutar de un café árabe —si se dispone de este—, pero tiene que ser hecho por árabes. No hay mejor café en el mundo. 

Massir no tenía miedo, decía que siempre se mantenía al margen del conflicto y que a él le gustaba la paz, pero que cada tanto algún problema había. No sé si Massir se daba cuenta de que aquel “problema” parecía ser la Tercera Guerra Mundial. 

Llegó la noticia de que habían derrocado al ayatolá Al Husseini y lo habían asesinado horriblemente, con detalles que prefiero omitir. Caía un régimen terrible en Irán y el país abandonaba la guerra que ya había perdido. Todo esto ocurrió muy rápidamente. 

En Israel la cosa parecía calmarse, porque todos los enemigos estaban prácticamente aniquilados. Cayó también el régimen de Siria, y también mataron al presidente Maksi Al-Assad, hijo de Bashar Al-Assad. A este lo ejecutaron con una masa en su despacho; fue su propio secretario. Parece que, cuando las circunstancias son más adversas, se conoce quiénes son traidores. Se supo que, mientras agonizaba, lo comenzaron a enterrar vivo. ¿Se puede ser tan cruel? La respuesta es sí. 

De repente, golpearon la puerta intensamente y vi que Massir corrió a tomar un cuchillo. Siguieron golpeando la puerta hasta que la derribaron. Eran dos terroristas de Hamás armados, y los maté a los dos. La mujer de Massir no paraba de gritar. Con Massir sacamos los cuerpos al patio para no dejarlos en la calle, más que nada por si algún otro terrorista los veía; en ese caso, no sabía yo cómo podríamos resistir. Me quedé sin municiones… Luego, cuando todo parecía calmarse, se oyó una terrible explosión; estábamos a pocos metros del Monte del Templo. Luego de la explosión, salí afuera. Massir y su esposa se quedaron en su casa, los saludé y me fui para ver qué quedaba del lugar sagrado. 

Emanuel Bibini
Emanuel Bibini

Soy de Alberti, nacido —el 27 de enero de 1994—y criado, Provincia de Buenos Aires, Bachiller en Arte por la escuela Secundaria 3 "Movimiento arte concreto invención". Publiqué 5 libros: (Escritos de noche, reflexiones y poemas de un obsesivo), (Relatos Apocalípticos, 30 historias trágicas), (El hilo plateado de la muerte), (Tristísima comedia), y (21 de septiembre, el pueblo de los tiranos).

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