III

Nov 2022-Emanuel Bibini

El hilo plateado de la muerte
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Por si alguien no entendió aquel diálogo, que fue muy breve, le dije —en mi improvisado inglés— que no entendía el árabe, que me perdonase. Y él me respondió: “Morirás”. Lindas palabras del misterioso amigo árabe, que luego de amenazarme desapareció delante de mí como un espectro. En realidad, no sé si me estaba amenazando, podría haberme matado allí mismo si así lo hubiese deseado; tal vez solo me estaba advirtiendo. Creo que el desierto de Israel, de sus calles y ciudades, se debía al temor por un ataque nuclear por parte de Irán. Pero ¿qué hacían los palestinos en las calles? Si caen las bombas, caen para todos, ¿no? Esto me recuerda inevitablemente a los habitantes árabes israelíes que mueren por los cohetes lanzados por sus “hermanos” de Hamás. Permítaseme decir que dentro del estado de Israel viven alrededor de dos millones de árabes que son ciudadanos de Israel. Los cohetes no discriminan ninguna etnia cuando impactan y matan. A esa gente (grupos terroristas como Hamás y la yihad islámica) nunca le importó cuántos musulmanes mueran, con tal de matar judíos. 

No se me ocurrió en ese momento preguntarle —al árabe de la funesta profecía— por mi amigo Muhamad, Muhamad Al Aqssi. Será, quizá, que su frase —“Morirás”— me quitó el poco ánimo que tenía. Ya no esperaba encontrar a nadie allí, al menos a ninguno de mis amigos: Iossi Weiss, Ioél Bergman, Menájem Mizhrají, Ariel Ansky y Muhamad Al-Aqssi. Empecé, de a poco, a entristecerme. Aquella no parecía la Jerusalén moderna, sino una devastada. Y ¿cómo no recordar las palabras de Jesús de Nazaret?: “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¿¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste?! He aquí, vuestra casa os es dejada desierta”. 

Caminé —un largo rato, a decir verdad— hasta llegar a la ciudad vieja. Todo parecía desierto, pero de repente vi los tanques del ejército. Al menos tres de ellos estaban cerca de mí, y soldados de a pie había muchos, calculo que más de cincuenta. Me vieron y me gritaron: “Lemáta, lemáta!” (“¡Abajo, abajo!”). Se oyeron disparos y hubo algunas explosiones, visibles entre el humo y el caos. Todo esto ocurría frente a la Puerta de Damasco. Parecía —o era— una intifada (así se les llama a los levantamientos árabes que consisten en todo tipo de ataques, desde enfrentamientos armados contra el ejército hasta ataques terroristas contra soldados y civiles). Me refugié detrás de un vehículo que estaba estacionado, pero eso no evitó que una piedra me diera en la cabeza. Jamás nadie me había golpeado tan fuerte, la sangre me bañó el rostro, pero la herida no fue grave y los soldados me atendieron rápidamente. En el caos, cometieron un terrible error conmigo: pensar que yo era israelí. Cuando hay guerra, suelen llamar a los reservistas y, respecto de los que no son reservistas, cabe decir que, luego de cierta edad, la mayor parte de ellos ya realizó su servicio militar, motivo que lleva a las autoridades a dar por sentado que cualquier ciudadano sabe usar un arma. A mí nadie me llamó, pero yo estaba allí. Me dieron una pistola (no sé de qué clase, pero se llamaba Mavet 30, y mavet en hebreo significa muerte), un chaleco y dos cargadores. Cuando se disipó el humo, no podía creer lo que veía: el grupo terrorista islámico Hamás, que gobierna con puño de hierro y tiránicamente la Franja de Gaza, estaba tomando la ciudad vieja de Jerusalén. Esto era mucho más que una intifada. ¡Oh, locura! Cuando los vi, me enfurecí. No podía creer lo que estaba viendo, y me sentí tan judío y tan israelí como los soldados que estaban allí. Recordemos que al pueblo judío le tomó casi dos mil años retornar a su tierra, y no solo eso, sino que recién en la guerra de los Seis Días, de 1967, Jerusalén Este fue recuperada por Israel —y digo recuperada teniendo en cuenta los casi dos mil años de exilio—. Cabe aclarar que, luego de la conquista de lo que antes se llamaba Kenaán (Canaán) ——, en manos del famoso Josué, una vez muerto Moisés siempre hubo judíos en la Tierra, pero perdieron allí el dominio definitivamente en el año 70 d.C., cuando las tropas de Tito lo destruyeron todo. Según cuenta el historiador Josefo, cuando Tito ingresó al lugar Santísimo, no se sabe qué vio o sintió pero quiso detener a sus soldados —que lo estaban incendiando todo— mas no pudo. El primer templo —construido por Salomón— había sido destruido por los babilonios en el 587 antes de nuestra era. Desde entonces — luego del 70 de nuestra era—, los judíos fueron dispersados por todas las naciones en lo que se conoce como “la diáspora”. Recién en 1948 (a lo que ya hice mención), se formó el Estado de Israel y los judíos volvieron a tener una patria. Esto lo digo para que se entienda el horror del que yo estaba siendo no solo testigo sino protagonista. ¿Acaso otra vez los judíos sin patria? ¡No podía ser! Y ahí estaba yo, recordando una frase de Plutarco: “No puede ejecutar cosas grandes el que tiene su atención en las pequeñas”. Meterme en un conflicto bélico en una patria ajena creo que era algo grande. Y, como verán más adelante, no se trataba de cualquier conflicto.  

Mi única experiencia con las armas había sido en la caza — con rifles de calibre 22—, y algunas veces había practicado tiro con pistola o revólver, pero muy pocas. Jamás había estado en un enfrentamiento armado. Pero, en ese momento, sentí que debía ser parte de aquella defensa, pues si estos terroristas tomaban la ciudad vieja luego tomarían Jerusalén toda, y luego ¿qué pasaría con el Estado de Israel? De seguro estaban siendo apoyados por Irán, pensaba yo… Y lo estaban. 

Emanuel Bibini
Emanuel Bibini

Soy de Alberti, nacido —el 27 de enero de 1994—y criado, Provincia de Buenos Aires, Bachiller en Arte por la escuela Secundaria 3 "Movimiento arte concreto invención". Publiqué 5 libros: (Escritos de noche, reflexiones y poemas de un obsesivo), (Relatos Apocalípticos, 30 historias trágicas), (El hilo plateado de la muerte), (Tristísima comedia), y (21 de septiembre, el pueblo de los tiranos).

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