IX

Abr 2023-Emanuel Bibini

El hilo plateado de la muerte
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Luego de estar en aquella oscuridad infinita, brilló una luz igual de infinita, mas demasiado intensa como para que el ojo humano fuera capaz de percibirla; pero, como mis ojos estaban muertos con mi cuerpo, pude verla. Y puedo decir que el sol es una luciérnaga en comparación con esa infinita luz, que rápidamente venció a la oscuridad. Nos remontamos al principio. Luego, repentinamente, volvimos a Jerusalén, pero no a la Jerusalén del año 2032, sino a una Jerusalén antigua y esplendorosa. ¡Lo que no pude ver en vida lo vi muerto! Se sentaron rabí Shimón y Moshé a seguir dialogando de profundas cosas. Es para destacar que haya cosas que el hombre, mientras se encuentra dentro de su cuerpo, no puede entender, pero que comprende apenas se ve liberado de este. Por tanto, oí y comprendí con claridad cosas que están ocultas a los mortales. Ninguno de los dos me dijo nada respecto a mis asesinatos. Temía que lo hicieran, pero no lo hicieron. Durante ese tiempo fue, para ellos, como si yo no estuviese allí. Me ignoraban y eso no estaba mal, pues bastaba con oírlos. Pero como los lectores todavía no han muerto, hay cosas que, aunque yo las escribiera, no serían entendidas. Pues para entender la muerte es necesario morir. Y yo estaba muy seguro de mi muerte. La herida en el pecho daba cuenta de eso. 

Comenzaron a suceder cosas que podrían nada tener que ver con Jerusalén, o quizá sí. Y como si no fuera ya todo muy extraño, se abrió una grieta en la tierra, y también una puerta, y de ella salió un hombre acompañado de una sombra. La sombra rápidamente voló hacia las alturas y supe que era un poeta. Y también era un poeta el que salía de debajo de la tierra. Esto lo supe porque, cuando salió, se oyeron estas palabras: 

Nel mezzo del cammin di nostra vita, 

mi ritrovai per una selva oscura, 

chè la diritta via era smarrita. 

(“A mitad del camino de la vida, 

perdido en selva oscura me hube hallado, 

porque la recta senda había perdido”). 

Luego de esto, gente —multitudes que aparecieron de la nada— gritaba: 

—¡Allí va el que estuvo en el infierno! ¡Ese hombre estuvo en el infierno! 

Mientras tanto, el hombre, pálido y flaco, continuaba su caminata hacia no sé dónde. Se trataba de Dante Alighieri, y la sombra que había volado antes no era otra que el alma de Virgilio, quien fuera su guía en aquel viaje infernal. Reconozco que esto fue extraño, pero ¿qué no lo era ya en aquel trance? 

Moisés y Simón se dirigieron hacia un templo, donde se habían reunido unos filósofos. El templo no era parecido a ninguno de los que en la Tierra se pueden ver. Por tanto, no podría describirlo, pues no tengo el lenguaje para describir cosas que solo el lenguaje podría describir. También me disculpo por esto. 

Moshé y rabí Shimón se sentaron a la cabecera de una enorme mesa; no pude contar cuánta gente había allí, pero sin duda era mucha. Filósofos reconocidos allí se encontraban y, como les gusta hacer, debatían sobre cosas que atañen a la naturaleza humana. Allí estaban, entre otros, Aristón de Quíos, Antístenes, Diógenes, Crates, Metrocles, Zenón, Casifias, Herilo de Calcedonia, Dionisio, Cleantes y Crisipo. Se propusieron dejar algunas máximas, frases que están cargadas de sabiduría, y se dispusieron a compartirlas con la mesa que presidían los sabios hebreos. 

Comenzaron en este orden. Aristón de Quíos: “Lo que está entre la perfección y el vicio es indiferente”. Antístenes dijo: “Es mejor ser víctima de los cuervos que de los aduladores: unos devoran a los muertos; los otros a los vivos”. Diógenes, por su parte, dijo: “Todo pertenece a los sabios”. Crates dijo: “Quienes viven en medio de aduladores, están solos”. Metrocles dijo: “La riqueza es funesta si uno no sabe usarla como conviene”. Zenón dijo: “Nada nos falta tanto como el tiempo”. Herilo de Calcedonia refirió lo siguiente: “El fin supremo es el conocimiento riguroso”. Dionisio dijo: “El fin supremo es el placer”. Cleantes dijo: “Las palabras similares no significan cosas completamente similares”. Y Crisipo remató el coloquio: “Quien revela a un profano los misterios es un impío”. Lo que inmediatamente me recordó a una frase de Jesús de Nazaret: “No deis lo santo a los perros ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos”. 

Me maravillé de la sabiduría de estos hombres, a quienes los que presidían la asamblea oían con atención. Luego, me asombré al ver que otro hombre ingresaba en aquel templo y se sumaba a la asamblea. Se trataba de un francés nacido en el año 1854, quien aparentemente había pasado Una temporada en el infierno, porque así lleva de título un libro suyo. Pidió que se le dejase hablar y el permiso le fue concedido. El varón se llamaba Arthur Rimbaud, y dijo algunas frases como las siguientes: “Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana”, “La desdicha fue mi dios”, “El vicio es estúpido” y “La vida es la farsa en la que participamos todos”. Luego, el francés se marchó, desapareció de delante de nosotros junto con todos los otros filósofos. El templo se esfumó y en Jerusalén solo quedamos rabí Shimón bar Iojái, Moshé y mi alma. Repito que nada me era dado a mí decir, pues mi voz no se oía en modo alguno. 

Emanuel Bibini
Emanuel Bibini

Soy de Alberti, nacido —el 27 de enero de 1994—y criado, Provincia de Buenos Aires, Bachiller en Arte por la escuela Secundaria 3 "Movimiento arte concreto invención". Publiqué 5 libros: (Escritos de noche, reflexiones y poemas de un obsesivo), (Relatos Apocalípticos, 30 historias trágicas), (El hilo plateado de la muerte), (Tristísima comedia), y (21 de septiembre, el pueblo de los tiranos).

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